martes, 29 de enero de 2008

La desvergüenza del progre rico

Estaba hojeando este domingo, como suelo hacer, las páginas de opinión de El País (las otras no merece la pena, puesto que no me creo lo que dice), para ver por dónde van los tiros prisaicos, y me topé de bruces con una columna firmada por Esther Tusquets. El artículo es una antología de la mentalidad falsamente culpable del rico progre. Y digo falsamente culpable, no porque algunos de estos progres que se han hecho millonarios a golpe de subvención no debieran serntir cierta culpabilidad (en el caso improbable de que tuvieran conciencia o vergüenza), sino porque en realidad, saben perfectamente lo que hacen, cómo se han hecho ricos, y que deben su fortuna, no a su talento artístico, sino a su talento para intrigar y medrar dentro de un partido político o en sus aledaños mediáticos. Y no lo digo en concreto por esta señora, que por curiosidad, he buscado en internet quién es. Aparecen 32.000 entradas en Google con su nombre. En su biografía, veo que es una hija de editor, que ha trabajado en la editorial de su padre desde hace cuarenta años. Ha publicado algunos libros. Tiene un premio presuntamente literario. Bien. Hay progres mucho peores.

Dice esta señora: "pretenden descalificar a intelectuales, artistas, políticos y ciudadanos de a pie que se autodefinen como "de izquierdas" por llevar una vida supuesta o realmente opulenta, como si esta contradicción les quitara toda credibilidad. Se habla y se escribe sobre "suntuosas" quintas de recreo, piscina "climatizada", coches "espectaculares", yates "de lujo", etcétera, de muchos famosos que militan en el socialismo o en el comunismo. Entiendo estas agresiones en gente humilde, irritada por las enormes diferencias que se dan en nuestra sociedad, pero no suelen partir de ellas, sino de personas acomodadas, conservadoras y con gran frecuencia cristianas. Y de ahí nace mi perplejidad."

Y termina diciendo: "El hombre de izquierdas no tiene como misión repartir sus bienes, ni sentar en su mesa a los mendigos; su misión es luchar para que se instaure en el planeta Tierra un orden más justo, menos brutal y menos insensato. Y, cuando se trata de un hombre rico, esta lucha va contra sus propios intereses. A esos tipos tan criticados por sus casas y sus coches y sus yates les sería más favorable militar y votar en un partido de la derecha. Pero no lo hacen, y ahí radica su coherencia. Y por eso creo que se les debe un respeto."

Es decir, que el rico de izquierdas no tiene como misión repartir sus bienes. Por lo tanto, cuando venga su ansiada revolución y se proceda a expropiar (robar) los bienes de cualquiera, según el capricho y la conveniencia de los revolucionarios, los de los progres ricos seguro, seguro que serán respetados por las hordas comunistas. No puedo evitar la risa. Ni tampoco un estremecimiento: la única forma de que sus riquezas no pasaran a manos de "los pobres" es que ellos mismos fueran los "revolucionarios", cosa no improbable...

Luego habla de "se instaure en el planeta Tierra (no, no es sólo una cursilada: es la fobia progre a la nación, el internacionalismo comunista de siempre, vamos) un orden más justo, menos brutal y menos insensato." ¿A qué orden se refiere? ¿Se referirá a eliminar el socialismo, que ha provocado decenas de millones de muertos y ha mantenido dictaduras terribles a cientos de millones de personas en el siglo XX? Me temo que no. Creo que se refiere a su odiado capitalismo. Al sistema que les ha permitido (a ellos, o a sus ancestros, ya que muchos de ellos son "hijos de"), adquirir sus riquezas.

También dice que, a estos ricos, "les sería más favorable militar y votar en un partido de la derecha. Pero no lo hacen, y ahí radica su coherencia.". Pues tampoco. Pensemos en alguno de los muchos cantantes que deben su fortuna a los cientos de actuaciones que han hecho por los pueblos y ciudades de este país que no quieren llamar España, contratados a dedo por las corporaciones municipales de su cuerda; pensemos en los actores, directores de cine, escritores y periodistas que viven del pesebre prisaico, que les produce sus lamentables películas, a las que nadie acude a ver en las salas de cine, o les da premios "planetarios" y multimillonarios. Entre estos últimos ha habido algunos presentadores de televisión, cercanos a la secta prisaica, sin más bagaje literario que la obra premiada. ¿Qué casualidad, no? Está claro que a todo este rebaño, que come del pienso de las subvenciones y de PRISA, no le sería nada rentable ser de derechas. Al menos deben manifestarse siempre como "de izquierdas", que además, viste mucho. En eso radica su coherencia: saben que deben su fortuna, no a su talento, sino a su militancia izquierdista; no a la competencia, sino al dedo contratador y subvencionador que pagamos todos los contribuyentes. En eso también radica su cinismo: saben perfectamente que en un sistema que no fuera el capitalista, la mayoría estarían poco menos que muertos de hambre. ¿Cuántos músicos y escritores con mucho más talento que éstos, estarán trabajando de lo que sea, simplemente para subsistir, en Rusia, Corea del Norte, Cuba o China? Por no hablar de algún bachiller, que no ha pasado de primero de carrera, y ha llegado a presidente de comunidad autónoma, ministro, secretario general de un partido... ¿cuántos cientos de miles de euros supone un carguito de éstos, al cabo de una legislatura? ¿cuánto habría ganado ese individuo gracias exclusivamente a su formación y a su trabajo en libre competencia? Bien que lo saben ellos. Por eso siguen. De mala conciencia, nada. A otro perro con ese hueso.

lunes, 21 de enero de 2008

La mentalidad progre

He escuchado esta mañana unas palabras de la vicepresidenta del gobierno en un mitin. Difícilmente se podría encontrar un ejemplo más claro del erróneo punto de vista progre sobre lo público y lo privado. Venía a abundar esta señora en su error ya manifestado en su comparecencia oficial
Para la mentalidad progre, lo privado es lo malo y lo público es lo bueno. Es asombroso. O sea, que quienes mantienen con su trabajo en el sector privado, compitiendo y arriesgándose a sufrir pérdidas, caídas de ventas, intervenciones gubernamentales, etc, resulta que son los malos; y los funcionarios cuyo sueldo sale integramente de los impuestos que paga el sector privado, que pagamos todos, resulta que son los buenos. Asombroso. Así, resulta que Pizarro, un empresario de éxito, es descalificado precisamente por haber tenido éxito en el sector privado, por haber sido productivo, por haber pagado ingentes cantidades de impuestos que han mantenido y siguen manteniendo un enorme y creciente número de funcionarios innecesarios e improductivos. Asombroso. Las palabras textuales de la vicepresidenta fueron: "prácticamente toda la trayectoria profesional del Sr. Pizarro, más allá del respeto, por supuesto, personal que me merece, ha estado vinculada a la defensa de las empresas y los intereses privados. Desde este punto de vista, sus cartas credenciales, a la hora de defender la cuenta de resultados para el servicio público y por tanto, para la mayoría de los ciudadanos, no parece que pudieran resultar muy rentables. Y hasta ahora en la gestión, el Sr. Pizarro ha defendido intereses privados. Asombroso. Ahí queda el disparate, para la antología de la ignorancia de toda una vicepresidenta del gobierno. Recientemente, he tenido que sufrir los trámites burocráticos para registrar a un recién nacido. Se funciona como si estuviéramos todavía en el siglo XIX, pasando un papel de un negociado a otro. En el hospital, una enfermera te entrega un papel, firmado por la ginecóloga, que acredita que ha nacido un niño, hijo de menganita de tal. Primera funcionaria. Después, debes recoger los papeles del alta, para el registro, que te entregan dos funcionarias más. Con ese papel, debes registrar al niño en el libro de familia, lo cual realizaron otros dos funcionarios de mi ayuntamiento. Una vez registrado, debes ir a otro negociado del mismo ayuntamiento, a empadronar al chico, y conseguir su certificado de empadronamiento: otro funcionario más, y va ya el sexto. Con ese certificado de empadronamiento, debes acudir al INS, para conseguir la tarjeta sanitaria del niño: otros dos funcionarios, uno para darme un número, y otro para sellarme los papeles. En total, ocho funcionarios para apuntar a un niño. Sin contar a la ginecóloga que rellenó el parte inicial, ni a los funcionarios del INS que supongo que tramitarán los papeles allí sellados. ¿Son necesarios en realidad todos estos funcionarios? ¿No se podría tramitar directamente desde el hospital, con el escrito original del médico, todos los pasos, reduciendo así el número de funcionarios a dos en lugar de ocho? ¡Y esto es lo que le parece ejemplar a nuestra vicepresi!