martes, 13 de mayo de 2008

Romance de Marianito y sus sorayos

Catástrófico y catatónico el estado de la cúpula del PP. A la desbandada de Zaplana y Acebes, al aparcamiento de Mayor Oreja, Vidal Quadras y Pizarro, ahora se añade la negativa de una de las dirigentes más valoradas, con mayor fuerza moral, María San Gil, a firmar la ponencia política para el Congreso que se está montando Marianito y sus sorayos en Valencia.

El PP se hunde por momentos; en el PSOE están eufóricos; Marianito, catatónico; ZP, feliz.

Los siguientes versos, que escuché anoche en La Linterna de la COPE, obra de Fray Josepho, (que García Lorca le perdone), resumen bien el estado actual del que debería ser el primer partido en oponerse a la desastrosa política de ZP, y que sin embargo, se encuentra a la deriva, con un líder amarrado al butacón, en estado catatónico, y una panda de grumetes trepando por la arboladura, mientras los marinos han abandonado el barco y éste se encuentra sin nadie al timón, dando vueltas en círculo, buscando el centro...

¡Que no quiero verla!
Dile a Zaplana que venga,
que no quiero ver
lo que hace Soraya
en rueda de prensa.

¡Que no quiero verla!
La puerta de par en par
de aquella sala de Génova
y doscientos periodistas
con sus micros y libretas.

¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
Avisad a Ángel Acebes
con su mandíbula belfa.

¡Que no quiero verla!
La triste portavocita
de aguachirle rajoyesca
habla a doscientos micrófonos
con su tísica elocuencia.

Y la memoria de Cascos
por el salón sobrevuela
gruñendo crudos dicterios
y encarnizadas blasfemias.

No, ¡que no quiero verla!
A Génova va Mariano
con su derrota en la chepa
buscaba a González Pons,
y Gonzalez Pons no era.

Busca al tal Núñez Feijoo
o a Cospedal, aunque sea,
buscaba a Jorge Moragas
pero tampoco se entera.

No me digáis que la vea.
No quiero oir sus palabras
tan maricomplejinescas
y ese farfullar gangoso
de relamida fonética
que le sale a topetazos
de en medio de las paletas.

¿Quién me pide que me asome?
¡No me digáis que la vea!

No le cerraron los micros
cuando comenzó su prédica
pese a que soltaba tópicos
y ensartaba frases huecas.

Y a través de los televisores
hubo un aire de voces de acelga
que sentía la gente en sus casas
como oyendo llover en la acera.

No hay futbolista argentino
que comparársele pueda
en soltar sin despeinarse
solecismos en cadena.

Como un torrente de horchata
su sangre párvula y quieta
la hace actriz involuntaria
para el Club de la Comedia.

Un aire de nadería
le orbita por la cabeza
y su sonrisa centrista
es sin paliativos, fea.

¡Qué mal le larga el micrófono!
¡Qué bien apuñala en Génova!
¡Qué blanda con el Gobierno!
¡Qué dura con sus colegas!

¡Qué tierna con los de PRISA!
Con los de COPE, ¡qué jeta!
Y con Esperanza Aguirre,
¡qué ojeriza más tremenda!

Ya nos duerme sin fin,
ya su plúmbea cantinela,
hace de nuestros bostezos
indiscutibles cavernas.

Y Soraya prosigue largando,
largando en emisoras y cadenas,
perorando en diarios y revistas,
sin ningún embarazo ni vergüenza.

Y aunque nadie la escucha, continúa,
y va otra frase más,
y venga, y venga,
hasta formar un charco de desgana,
que no puede saltarlo
un decathleta.

¡Oh, infeliz hado de España!
¡Oh, qué mal va la derecha!
¡Oh, qué cinismo Mariano!
¡Oh, qué Bulgaria en Valencia!

No, ¡que no quiero verla!
¡Que no hay Cristo que la padezca!
¡Que no hay cataclismo que la suspenda!
¡No hay un corte de luz que la calle!
¡No hay afasia imprevista que la venza!
¡No hay un freno a su atroz perorata!
No, ¡yo no quiero verla!

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